La Universidad y la carrera del siglo XXI al conocimiento

Todo cambia. Para unos, demasiado rápido; para otros, aunque no quieran. Entendámoslo bien, la anquilosis esta pasada de moda. Vivimos en la época de la incertidumbre y de la obsolescencia instantánea. La era del hacer, mas que del estar; de la acción, mas que del plan; de las metas, mas que de buenos deseos. Los vocablos de uso común ahora son: entropía, caos, competencia, excelencia, evaluación, innovación, mercados, productividad; vocablos que a la vez son independientes de ideologías y credos políticos. Pero aún en este inevitable contexto, debemos promover y ejercitar los muchos otros mas tradicionales y de fondo, como justicia, honestidad, solidaridad, coherencia e integridad. Nunca los olvidemos.
Muy bien. ¿Entonces, que necesitamos para actualizar nuestro léxico de forma operativa y con aplicación cotidiana? Necesitamos, conocimientos; conocimientos nuevos y revolucionarios. Necesitamos perderle el temor a la ciencia. Necesitamos amar a la ciencia, fascinarnos por la ciencia y promover a la ciencia, porque por ella estamos aquí y ahora. Hacer ciencia es una actividad humana, punto. Sin embargo, debo confesar que para mi el discutir científicamente sobre el origen del universo y la humanidad, es un asunto que rebasa a la ciencia misma y al que cada cual debe dar su propia respuesta y sentirse satisfecho. Sin problema alguno acepto la existencia de dos verdades: la científicamente comprobada y la teológicamente revelada
Volviendo al tema origen del presente, ¿entonces, donde se generan esos dichosos conocimientos nuevos y revolucionarios? ¿Cómo hacer de la ciencia una amada y fascinante actividad cotidiana? ¿Donde la conoceremos y nos enamoraremos de ella? ¿En la casa, en la escuela, en el trabajo, en la oficina? ¿Quien nos la presentara? ¿Nuestros Padres, nuestros Maestros, nuestros Líderes y Autoridades? ¿Quién? Si bien es cierto que todos somos, o más bien deberíamos ser, usufructuarios de los benéficos de los avances científicos dirigidos al confort y bienestar, no todos estamos capacitados para hacer ciencia. No por una incapacidad inherente o alguna inadecuada predisposición genético-evolutiva, sino por falta de una adecuada y oportuna formación científica en el tiempo y en el espacio. Para hacer ciencia, hay que ser científico, formarse como científico. ¿Dónde y cuando? Mas preguntas, muy poco espacio para responderlas.
La ciencia debe generar más preguntas que respuestas, sino no hubiera avance. Pero para generar preguntas, necesitamos conocimiento y el conocimiento los adquirimos, al menos de manera sistemática, organizada y gradual, en la escuela y del esquema educativo que en ella se implementa. Dentro de ese esquema educativo escolarizado, la universidad es uno de los eslabones terminales donde debe aprovecharse y potenciarse la capacidad científica del individuo. Universidad es vanguardia, es compromiso por generar nuevas verdades, es estar siempre (al menos) un paso al frente. Universidad es abstracción y concreción; espíritu y materia; es sinapsis superlativa; es la materialización termodinámica del impulso y el deseo. Coloquialmente hablando, los vientos de la novedad, la academia y la excelencia, deben surcar todo Campus Universitario.
Para que nuestro País compita con éxito en una economía globalizada en áreas que requieren profesionales altamente capacitados, la calidad de la educación universitaria se vuelve, hoy más que nunca, perentoriamente importante. Para lograrlo, el Estado debe invertir fuertemente en sus universidades, generando lo que se ha dado en llamar “Universidades de Investigación”. Necesitamos un Estado que apoye mas decidida, adecuada y consistentemente a la investigación y el desarrollo tecnológico y social, tan necesarios a toda economía en expansión. Necesitamos también, sin duda alguna, mejores salarios y becas estudiantiles.
Pero no todo requiere de la concurrencia del Estado, ya que hay mucho que hacer al interior mismo de la Universidad; menesteres y diligencias de estricta competencia doméstica. La Universidad requiere de excelentes científicos y maestros; requiere de estudiantes brillantes. La Universidad requiere de una cultura académica basada en normas meritocráticas; requiere de investigación creativa y de responsabilidad para asegurar su productividad. Pero sobre todo, la Universidad requiere de la combinación exacta de condiciones específicas y actitudes personales y de grupo comprometidos con la academia, pues de ello se derivara el cumplimiento de su compromiso social. Solo de esta forma la Universidad podrá competir en la carrera del Siglo XXI al conocimiento.