Por Guadalupe Ruiz Durazo.– El lenguaje “ha sido estudiado de manera intensa y productiva durante 2500 años, pero no hay una respuesta clara a la pregunta de qué es el lenguaje”, escribe Noam Chomsky en su libro ¿Qué clase de criaturas somos?
Señala que Galileo conjeturaba acerca de la “sublimidad de la mente” de la persona “que soñó encontrar la manera de comunicar sus pensamientos más profundos a otra persona… mediante la diferente organización de veinte caracteres en una página”, un logro “que supera cualquier invento extraordinario”, incluso a los de “un Miguel Ángel, un Rafael o un Tiziano”.
Por su parte Aristóteles dijo que el lenguaje es “sonido con significado”, según Chomsky las palabras pueden invertirse y se entendería mejor: “significado con sonido”.
Chomsky considera que hay elementos para pensar que se exterioriza mucho menos de lo que se piensa: “la inmensa mayoría del uso del lenguaje no se exterioriza nunca. Es una especie de diálogo interno” y lo que llega a la conciencia son fragmentos desperdigados.
“En ocasiones, expresiones totalmente formadas aparecen internamente de manera espontánea, demasiado rápido.”
La teoría conductista, en la primera mitad del siglo XX consideraba que los niños aprenden a hablar por un proceso de imitación, pero eso no explica la habilidad de los niños para crear oraciones del todo nuevas, expresiones que nunca han dicho y entender otras que nunca han escuchado.
Para Chomsky la habilidad de producir un número infinito de estructuras (oraciones) a partir de un número finito de elementos (palabras) implica que el cerebro humano está programado con las reglas de la gramática universal que subyace a todas las lenguas, por lo tanto, el lenguaje no depende únicamente de aprender a imitar.
Es prácticamente un dogma que la función del lenguaje es la comunicación, lo cual según Chomsky carece de base y “existen pruebas significativas de que es simplemente falso”. No cabe duda de que el lenguaje se utiliza en ocasiones para la comunicación, igual que la forma de vestir, la expresión facial, la postura y muchas otras cosas”, sin embargo “puede considerarse al lenguaje como un instrumento del pensamiento”.
En su libro Noam Chomsky plantea que lo que no podamos entender no significa que no existe y lo ejemplifica claramente con Newton y la gravedad.
Newton buscaba una forma de evitar la “absurda” conclusión de que los objetos “interactúan a distancia”, especulaba si Dios podría ser el “agente inmaterial” subyacente en las interacciones gravitacionales.
Newton coincidía con su crítico más eminente, Leibniz, en que la interacción sin contacto es “inconcebible” aunque no estaba de acuerdo en que fuese, en palabras de Leibniz, una “propiedad oculta poco razonable”, sostenía que sus principios no estaban ocultos “solamente sus causas están ocultas”.
Newton estaba en gran parte de acuerdo con sus contemporáneos científicos. Escribió que la idea de acción a distancia es “inconcebible”. Es “un absurdo tan grande que creo que ningún hombre con la facultad de pensar competente en materias filosóficas pueda jamás creer en él.”
En este tenor, Chomsky sostiene que lo que inconcebible para nosotros, no tiene que ver con el mundo externo, sino con nuestras limitaciones cognitivas (nuestra limitación para entender).
Mediante una analogía contemporánea lleva la idea al tema del pensamiento y el lenguaje y señala que: “En resumen, tal vez no podamos aspirar a una verdadera comprensión de nada, tal como en cierto sentido demostró Newton”.
En conclusión, después de leer este libro coincido con la idea de que es el pensamiento el que se sirve del lenguaje; pensamos mucho más rápido de lo que hablamos y si ponemos atención podríamos coincidir en que muy poco de lo que pensamos lo llevamos al consciente y aún menos se exterioriza.