Por Ramón Pacheco Aguilar.-En días pasados me encontré esta noticia en la prensa nacional, información de la cual ya tenía conocimiento desde hace mucho tiempo pues mi actividad profesional está relacionada con la producción, manejo y transformación de alimentos.
Increíble que, en la segunda década del Siglo XXI, donde podemos hacer prácticamente todo, y siendo un país con el 50% de su población viviendo en la pobreza, estemos desperdiciando anualmente más de 28 millones de toneladas de alimento, independientemente de las causas que la originen, ya sean climatológicas, de mal procesado o de mercado.
Dividir este tonelaje entre la población nacional de 130 millones de mexicanos, nos arroja un desperdicio per cápita de 224 kg anuales, equivalente a un consumo diario durante todo un año de 620 g de alimento por cada mexicano. Si hacemos los cálculos considerando el rendimiento de la fracción comestible de las diferentes materias primas la cantidad será menor, pero aun así la cifra sería impactante.
A los productores y procesadores privados no se les puede exigir mucho, aunque se debiera. Para la mayoría de ellos, sus intereses son meramente económicos regidos por el mercado, dejando el interés social/humano solo para el discurso o para actividades que los absuelvan de impuestos. Sin embargo, hay un espacio muy grande en el cual estos empresarios podrían incidir con procesos innovadores que multipliquen incluso sus ganancias convirtiendo estos supuestos desperdicios, conjuntamente con los subproductos y los desechos (que no son lo mismo) en productos de “potencial” alto valor agregado. Ciertamente hay empresarios que ya lo están haciendo incrementando el éxito de sus firmas. Muy bien por ellos. Bueno, este es un asunto que hay que tratar más profundamente; habrá que hacerlo, estamos listos.
Por otro lado, y en esto centro mi opinión de esta contribución, es el Estado Mexicano quién tiene la responsabilidad de evitar que todos estos materiales se vayan por la borda, estableciendo mecanismos, complejos sin duda, para acopiarlos, procesarlos y distribuirlos. Todo es posible con voluntad y con las adecuadas tecnologías. Para “acabar” con el hambre, eje central de la política social de este régimen sea posible, la aplicación de las mejores y más avanzadas tecnologías en la producción y el procesado de alimentos es básica y elemental.
En la industria alimentaria, como seguramente en otras, debemos “trocar” los mal llamados desperdicios, subproductos e incluso desechos, en la generación de “co-productos” de potencial demanda en el mercado. Solo así estaremos innovando y aumentando nuestra competitividad. La seguridad alimentaria, tan mencionada en términos políticos, transita por este camino. Recordemos que no hay desperdicios, ni subproductos, ni desechos en la industria alimentaria; al menos debiera.
Solo dos ejemplos en los que hemos trabajado a través de los años: 1) Obtención de aceites ricos en ácidos grasos esenciales (w-6, w-3) del hígado de elasombranquios (tiburones y rayas). 2) Productos tipo caviar de la “hueva” de pescado. Productos disponibles y que tanta falta hacen para el desarrollo de la industria pesquera. Estas materias primas actualmente se consideran desechos, malamente. Solo imaginemos el precio en el mercado de estos “coproductos”.
¿Qué hacer con el desperdicio alimentario?
