Tal vez ya sea hora…

Por Ramón Pacheco Aguilar.-Mi desarrollo profesional ha estado siempre ligado al aula de clases, desde aquel lejano 1977 cuando recién egresado como Químico Biólogo de la Universidad, me inicié sin experiencia previa como maestro del Colegio de Bachilleres en Cd. Obregón, hasta el día de hoy que me desempeño como maestro a nivel licenciatura en la UNISON y de posgrado en CIAD. He tenido tantos alumnos que alguno de los que algún día lo fue en la prepa, es ahora un prominente colega. Se siente bien.
Sobre mi desempeño, alguien más tendrá que opinar sobre el mismo; no me corresponde a mi el hacerlo por más que me halla esforzado en que al menos fuese meridiano. Siempre mis alumnos/as hicieron la mejor parte en el proceso al que se le denomina de “enseñanza-aprendizaje”. Me interesaba entonces, como me interesa hoy, el que ellos/as no solo “quisieran aprender”, sino que “supieran aprender”, pues el “querer aprender” es solo un deseo, tan solo una intensión, la cual no siempre se cumple. “Saber aprender” es desarrollar un sistema, un método, aplicar una metodología y un conjunto de nemotecnias de autoría propia. Si se logra “se da en el clavo” y se deja de depender de la memoria la cual se agota al día siguiente. Independencia, autonomía, criterio, movilidad y la duda, eran conceptos que debían dejar de ser solo eso para convertirse en atributos personales y así tomar las riendas de su propio aprendizaje, de su propia realidad que los conduciría a su propio futuro.
Antes, el acceso al conocimiento era restringido pues el maestro era prácticamente la fuente del mismo. Libros y bibliotecas eran contadas y muy limitadas la mayoría de las veces. Hoy, el conocimiento es tan ubicuo que podemos ser autodidactas; una gran ventaja, definitivamente. Se requiere, sin embargo, de la capacidad de discernir, de eliminar el miedo y de ganar la confianza que solo nos da el uso del método, pues ahora debemos ser cuidadosos ya que no toda fuente de información al alcance de nuestros dedos es, necesariamente, fuente de verdad.
Derivado de esta extensa introducción, paso al motivo de mi presente contribución. Recientemente puse un examen a mis alumnos/as de la universidad. Mis exámenes siempre son de preguntas abiertas que deben ser contestadas amplia y muy claramente sin entrar nunca en contradicción de conceptos pues se eliminaría completamente la respuesta. Tengo la mano pesada en el calificar, pero diferencio muy bien entre una respuesta errada y una incompleta. Mi sorpresa fue mayúscula cuando todos mis alumnos/as reprobaron estrepitosamente el examen con excepción de tres. Algunos/as lo único que pusieron bien fue su nombre.
De los tres aprobados dos fueron con respuestas impecables que las repasé y califiqué con deleite con un 100; el tercero, igualmente bien contestado con un 89. Con ello sentí que me “salvo la campana” y la sensación inicial de desasosiego respecto a que algo estaba comenzando a hacer mal en mi comunicación alumno/maestro, se convirtió en la duda de si “tal vez ya sea hora” de dejar el aula.
Me será una decisión difícil pues puedo decir que un salón de clase es mi nicho ecológico. La academia es la mejor ventana al futuro, pero para lograrlo necesitamos buenos maestros y mejores alumnos; pero no solo buenos y mejores, sino muy buenos y excelentes. Que así sea.

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