
Por Héctor Vázquez del Mercado.-No sé si a raíz de la pandemia o antes, el término resiliencia se puso de moda; empezó a ser más conocido y aplicado por docentes, psicólogos, políticos, redactores de textos y también motivadores profesionales. Sin embargo, a pesar de su adaptabilidad a diversos fines, en su origen es un término técnico, específicamente del campo de la física de materiales.
La resiliencia física se expresa como las cualidades de un material para resistir deformaciones, doblarse con flexibilidad y poder recobrar su forma original.
La Real Academia de la Lengua Española la define como “la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”.
Otras aplicaciones del término también tienen que ver con las personas; plantean la existencia de resiliencia emocional, resiliencia psicológica y en lo social, de resiliencia comunitaria.
Esta última acepción se puede aplicar a la situación actual de nuestro país y se definiría como: la capacidad del tejido social para responder a las adversidades que están afectando al mismo tiempo y de manera semejante a amplios sectores de la población, mientras se desarrollan y fortalecen los recursos con los que ya se cuenta para reorganizarse.
¿En la situación actual de nuestro país es bueno desear que exista abundancia de resiliencia comunitaria?
Considero que sí. Al interior, frente a todas aquellas amenazan a la paz, la unidad y la prosperidad compartida de los mexicanos; en lo externo: frente a aquello que impide que México se inserte en la comunidad internacional como un país de libertades, que brinda oportunidades a propios y extraños y que es capaz de detonar, conducir y llevar a feliz término, procesos de mejoramiento económico, institucional y democrático, en armonía y coexistencia pacífica con todos los países del mundo.
En relación con los Estados Unidos de Norteamérica, la tensión actual, la presión sobre “el puente de metal” que une intereses comerciales que han sobrevivido por casi 30 años, esta requiriendo de la resiliencia comunitaria que faltó en el pasado (25 de abril de 1846 y 21 de abril de 1914) fechas en las que el metal del puente se fatigó y se inscribieron en la historia de México páginas de invasión y de atropello a la soberanía nacional.
Han pasado 109 años del más reciente desencuentro con el vecino del norte; en aquella fecha el puerto de Veracruz fue invadido por los norteamericanos a partir de un malentendido, en el puerto de Tampico, entre las fuerzas federales y unos soldados estadounidenses. Los militares mexicanos estaban llevando a cabo operaciones de rutina, razón por la que cerraron el paso a los extranjeros y como aquellos se resistieron, los arrestaron.
Los norteamericanos exigieron disculpas ante la “afrenta” y pidieron al gobierno de México que izara y saludara la bandera de las barras y las estrellas en señal de arrepentimiento. Victoriano Huerta se negó argumentando que sus hombres habían actuado conforme a la ley militar. Lo anterior sirvió de pretexto para que el presidente Thomas Woodrow Wilson ordenara invadir territorio mexicano, el 21 de abril de 1914.
Fue la segunda invasión norteamericana a territorio nacional, después de la que le costó la vida a los Niños Héroes. ¿Será motivo de una tercera invasión los hechos de Matamoros, Tamaulipas? Ni lo creo y menos lo deseo
Sin embargo, no es mala idea reforzar la hoy en día deteriorada resiliencia comunitaria nacional, “por aquello de las Termópilas”.
Queda tela de donde cortar…
Ex rector de la Universidad Kino