Universidad y trascendencia

Por Ramón Pacheco Aguilar.-El dilema del siglo XXI para México, como para muchos otros países, sigue siendo la globalización.
En este contexto, si pretendemos ser un país de clase mundial, debemos pugnar por, e impulsar, una educación universitaria de clase mundial. Las economías de los países líderes están basadas en lo que se da en llamar el “conocimiento de la próxima era”. Los tiempos en que los países podían ser exitosos económicamente con trabajo barato y mano de obra de baja tecnología, terminaron hace tiempo.
Mucho se habla del papel de la universidad en el desarrollo de México. Su papel es importante, aunque su capacidad como “autor” del desarrollo es restringida ya que carece de medios para hacerlo. Otras son las entidades responsables de éste: Estado y Capital.
¿Entonces? ¿Cómo y a que niveles puede la universidad trascender en la ardua tarea de generar desarrollo y bienestar social? Podríamos proponer un extenso listado de los “cómo” yendo desde los buenos deseos hasta sus irrefutables obligaciones y compromisos. El tema es amplio, interesante y polémico. Cada propuesta sería total o parcialmente válida.
Analicemos una propuesta en la cual todos coincidamos: “La Universidad debe trascender social y productivamente, mediante la excelencia académica de sus programas y de sus egresados”.
Sin embargo, el problema inicia cuando queramos definir y coincidir en el término “excelencia académica”. ¿De qué trata? ¿De que el alumno adquiera y domine el estado del arte del conocimiento o de su capacidad para aplicarlo una vez egresado? Me inclino a que sea la exacta combinación de ambas partes.
El que el alumno adquiera y domine el estado del arte del conocimiento es un aspecto imputable “casi” enteramente a la universidad, a la identidad de sus programas académicos con el conocimiento frontera, a una suficiente, adecuada y funcional infraestructura física de última generación, y a un eficiente y profesional capital humano docente formado en las mejores universidades del mundo. Y digo “casi” enteramente, porque todo ello depende también de los adecuados y oportunos financiamientos correspondientes de los gobiernos responsables (y respetuosos de su autonomía), condición indispensable e ineludible para que la universidad cumpla a cabalidad con su misión y visión de futuro.
Por otro lado, el que el egresado tenga la capacidad de aplicar el conocimiento adquirido, depende de sus actitudes, aptitudes y habilidades, pero también del entorno y la circunstancia, del mercado de trabajo, de las políticas de estado para promover el desarrollo y de la visión empresarial y capacidad competitiva del sector productivo.
Ya se me complico el tema por lo que me concentraré, por lo pronto, en lo que la universidad puede hacer a su interior para lograr la “excelencia académica” de sus programas y egresados; esa, tan deseada y pregonada: 1) Privilegiar la academia por sobre todas las cosas, 2) Forjar, en la práctica y con los hechos, el respeto y admiración del alumno para con sus maestros, y 3) Forjar, también, el orgullo “consecuente” del egresado por su Alma Mater. Fácil, ¿no? ¿Qué necesitamos para ello? Pensar y actuar como universitarios universales, maestros y alumnos. El conocimiento de la “próxima era” se gesta en la universidad.
Pero para tener una universidad de clase mundial se requiere de sistemas académicos vibrantes, promotores de la meritocracia académica, con una alta inversión en bibliotecas, en tecnología de la información, en laboratorios y aulas de clase.
Pero también de estudiantes de clase mundial, no del estudiante “libro” o “cuaderno” común, sino del y la estudiante excepcional, del y la estudiante propuesta, del y la estudiante iniciativa. Se requiere de estudiantes de “convicción” y no de “percepción”. ¿Qué procedimientos se requieren implementar para captarlos y/o formarlos? Querer aprender no es lo mismo que saber aprender. Trabajemos en ello.

(rpacheco@ciad.mx / @rpacheco54)
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