Transcurrían mis mexicalenses tiempos preparatorianos hace exactamente muchos años, cuando tuve mi primer encuentro con Erasmo de Rótterdam durante las lecturas de mi inolvidable clase de filosofía.
Desde entonces, su “Elogio de la Locura” es uno de mis libros de diaria referencia. Erasmo fue un personaje del mundo intelectual europeo del Siglo XVI prácticamente desconocido por los jóvenes, y adultos también, de este entrópico y cibernético Siglo XXI; fue filósofo, teólogo, pedagogo, pero sobre todo, un pensador curioso por aprehender y comprender el mundo que lo rodeaba.
En corto, hablar de Erasmo es hablar de soberanía intelectual, de las buenas letras, de la cortesía y la elegancia, del gusto y la belleza; es hablar del pensamiento y la tradición humanista, de la búsqueda de la perfección, de lo completo, de lo excelente; es hablar de la calidad (y claridad) del alma reflejada en una conducta cotidiana. Por ello, creo que Erasmo debiera ser un personaje actual, conocido y reconocido por todos.
Pero como con Willy, me es difícil encontrarlo en esta sociedad tan llena de nada y tan vacía de mucho; sociedad en la cual imperan los vientos de la novedad, pero también las tormentas del alma y la desazón.
La tesis erasmiana, reflejada en su pensamiento ético-religioso, hacía de él un militante apasionado de la paz, por lo que rechazaba todo tipo de guerra y criticaba toda hazaña bélica. Para él, la educación y la cultura eran el medio para lograr la armonía interior del hombre y la concordia social, por lo que postulaba que el bienestar del estado y de la sociedad eran mera cuestión de moralidad personal e ilustración intelectual.
Les puedo asegurar que el leer y releer su “Elogio de la Locura”, de alguna forma nos ayudara a exhibir, y sacudir de ser preciso, la ambivalencia de nuestras emociones y despertar, porque no, de la descomunal pereza intelectual que seguido nos atrapa en una omnipresente densidad onírica alejada de toda realidad o posibilidad de lo real.
De Erasmo aprenderemos a como comportarnos en la mesa, en la calle, en el trabajo; aprenderemos también a captar el panorama político y sociocultural de nuestra época, pero, sobre todo, a desarrollar el ideal de la honestidad, la coherencia y la integridad.
La obra tiene más de 500 años, pero es tan actual como en su primer día. Excelente lectura para maestros, estudiantes, padres de familia, políticos, publico en general y todo tipo de innovadores vanguardistas e iconoclastas. Para Erasmo, la locura no es la “demencia furiosa” que lleva a la destrucción de la conciencia y de la civilización, sino la “dulce ilusión” que conduce al enjuiciamiento irónico y afable del yo y del mundo circundante.
Esta “locura” nos restituye el instinto, la pasión y el humor, como componentes importantísimos en nuestra vida diaria. La locura erasmiana se ofrece a quien la quiera escuchar como el espejo de su verdadera naturaleza humana, como su conciencia crítica.
Así pues, con el viejo Erasmo de respaldo afilemos nuestro tono satírico y nuestra severidad requisitoria exigiéndonos a nosotros mismos, ciudadanos, funcionarios y autoridades, el hacer bien lo que nos corresponde hacer. Digamos “no” a todo aquello que demora respuestas y soluciones a la inseguridad pública, a la falta de empleo, a la escasez de agua, etc., demostrándonos que como sociedad única, integrada y moderna, podemos prevalecer y triunfar. Eliminemos actitudes de “docta ignorancia” y adoptemos la “locura sabia” de la razón y los sueños.
“Aproximaos un poco, hijos de Júpiter, voy a demostrar que a esta sabiduría perfecta, a la que se llama Ciudadela de la Felicidad, no hay otro acceso que la locura” (E.R.) .
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