La biblioteca
Cosechando tempestades
"Se trata de un rencor soterrado que en momentos como este se convierte en coraje por ambas partes."

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“Quien viento siembra, cosechará tempestades”, dice el dicho popular para referirse a que lo que uno hace siempre tendrá sus consecuencias. Viene a cuenta esta frase por el bochornoso incidente escenificado por los senadores Alejandro “Alito” Moreno del PRI y Gerardo Fernández Noroña, antes del PT y ahora de Morena, en una sesión de la Comisión Permanente, que se hizo viral y ha sido fuente de innumerables memes en las redes sociales.
Más allá del hecho mismo del intercambio de empujones entre los senadores y de lo cómico que resulta ver a Noroña correr despavorido en busca de un lugar seguro, y de observar a un señor de camisa verde caer “patas arriba” después de un empujón que le propinó el crecido “Alito”, y del intercambio de improperios que se dio entre ambos senadores en las múltiples entrevistas que concedieron a los programas noticiosos, lo más importante es la reacción de la sociedad mexicana ante este lamentable suceso.
Pero antes de comentar ese hecho que, en opinión de un servidor, es lo más importante, vale la pena dejar sentadas dos o tres cosas que, no por obvias, dejan de ser importantes. Uno, cuando se llega a los golpes es que la capacidad de diálogo se ha agotado, y eso es lo que parece haber sucedido en el Congreso mexicano. Dos, no hay que escandalizarse demasiado por ello ni rasgarse las vestiduras; esto ha sucedido en múltiples ocasiones en muchos congresos del mundo, lo que no quiere decir que no deba reprobarse el hecho. Tres, algo está fallando en la comunicación entre el grupo gobernante y la oposición en el Congreso, y eso no augura nada bueno para el país.
Entrando en lo que me parece más trascendente, después del incidente que rápidamente se convirtió en tendencia en las redes sociales, afloró la profunda polarización que persiste en la sociedad mexicana. Unos se solidarizaron de inmediato con el senador Noroña por considerarlo la parte débil y le tupieron con ganas a “Alito” Moreno, recordándole hasta de lo que se va a morir, lo mismo que se rasgaron las vestiduras por la agresión de la que fue objeto el “respetado” (?) senador morenista. Otros, por el contrario, aclamaron a “Alito” y le reconocieron su valentía al encarar a un provocador permanente como el senador Noroña, a quien AMLO y Sheinbaum hicieron presidente del Senado.
Los sentimientos y emociones con los que los unos y los otros respondieron ante este incidente reflejan el encono social con el que vivimos en el país, a pesar de que no hay proceso electoral en puerta. Se trata de un rencor soterrado que, en momentos como este, se convierte en coraje por ambas partes y que eventualmente pudiera derivar en conductas violentas no deseables.
Esta polarización tiene su origen en el estilo de hacer política del expresidente Andrés Manuel López Obrador, que dividió al país en buenos y malos. Buenos los que estaban con él, y malos todos los demás. Este hecho, que quizá pudo haberse explicado —que no justificado— durante su larga etapa de campaña electoral permanente durante 12 años, se extendió a su periodo de gobierno, donde debió haber representado a todos los mexicanos y no solo a sus seguidores.
Durante su administración, en lugar de haberse erigido como jefe de Estado y de gobierno, continuó alimentando el odio y el encono contra los “neoliberales”, llamados también “conservadores”, aunque ambos adjetivos sean contradictorios, fustigando a los periodistas críticos, lo mismo que a ministros de la Corte o consejeros del INE que no se subordinaron a sus deseos.
Hoy, a la distancia de casi un año de que terminó su gestión, es muy claro observar que López Obrador nunca se comportó como un presidente de todos los mexicanos, sino como jefe de facción, cuyo propósito siempre fue aplastar a los opositores, y casi lo logró. Hoy la oposición partidaria está reducida a su mínima expresión. Pero una parte muy importante de la sociedad sigue ahí con la esperanza de poder expresarse libremente en otro momento y corregir el rumbo del país.
Esa parte de la sociedad que no simpatiza con el obradorismo no es poca. Si la medimos en términos de votos en la pasada elección federal de 2024, alcanza el 47 por ciento de los que fueron a votar. Ellos votaron por alguna de las opciones de la oposición porque querían cambiar al régimen de la 4T. No lo lograron entonces, pero siguen ahí y siguen siendo ciudadanos con derechos. Esa parte de la ciudadanía resintió la agresión constante de AMLO a los opositores y ha acumulado resentimiento ante la sinrazón. Es la que hoy, en el fondo, aplaude a “Alito” por las cachetadas y empujones que le dio a Fernández Noroña.
Quisiera decir que esos defectos eran solo de López Obrador y que la presidenta Sheinbaum es diferente, pero no lo puedo decir, porque no lo es. Su estilo generalmente es menos confrontativo que el de López Obrador, pero en los momentos importantes se sigue comportando más como jefa de facción que como presidenta de todos los mexicanos. Por eso no extraña que en esta coyuntura haya recordado su escena con los porros universitarios para referirse a “Alito” y no a un provocador permanente como el senador Fernández Noroña.
Su apoyo total al desmantelamiento del Poder Judicial y a una reforma electoral que pretende desmantelar las conquistas democráticas de cuatro décadas muestra que ella sigue el mismo camino que le marcó su antecesor y jefe político.
Por ello, tanto el anterior presidente como la actual siguen sembrando vientos (división, encono, odios, descalificaciones) y han generado resentimientos profundos en la parte de la sociedad que se siente excluida y ninguneada. No es de extrañar entonces que cosechen tempestades.

Sigue a Manuel Valenzuela Valenzuela