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El mundo y país que heredamos
"Cuando era estudiante de preparatoria empecé a tomar conciencia de los problemas de México y del mundo y me propuse contribuir..."

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Cuando era estudiante de preparatoria empecé a tomar conciencia de los problemas de México y del mundo y me propuse contribuir, en la medida de mis posibilidades, a construir un mejor país y heredar a mis hijos y nietos, si alguna vez los tenía, un mundo mejor al que recibí.
Después de varias décadas de participar en las luchas sociales, primero como estudiante y luego como ciudadano en diversas luchas cívicas (por la justicia, por las libertades, por la democracia y por una mejor educación) y hasta hace unos años pensé que la lucha había valido la pena. Hoy veo con desencanto que tal vez eso no sea cierto y que si los ciudadanos no hacemos algo, mi generación corre el riesgo de heredar un mundo igual o peor al que recibió.
Lo que está haciendo Trump con el mundo en varios sentidos me recuerdan a lo que he leído de lo que sucedió con la Alemania de Hitler. La caza de migrantes indocumentados y la violencia tanto física como verbal con las que se les trata, no me parecen tan distintas al trato que se les dio a los judíos.
Afortunadamente, hasta ahora, no ha desembocado en matanzas masivas, pero el veneno del odio está inoculado. Las prácticas discriminatorias contra los migrantes se aplauden por muchos no solo en Estados Unidos sino también en algunos países de Europa.
Somos testigos de un deterioro de las instituciones internacionales, como la ONU, que ayudaron a evitar -hasta ahora- una nueva conflagración mundial, y de que ahora los líderes de los países más poderosos (Trump, Putin, Netanyahu) hacen lo que les da la gana sin que haya consecuencias.
Los avances civilizatorios, como la democracia, los derechos humanos y la lucha en contra de toda forma de discriminación, así como por cuidar el planeta, que creíamos firmes, hoy están en entredicho. No parece ser este un mejor mundo del que era cuando yo nací.
¿Y qué decir de México? Ví las primeras luces cuando iniciaba el desarrollo estabilizador, la economía y el empleo crecían y la revolución verde abría perspectivas de una vida mejor. Sin duda hubo mejoras en estos rubros, aunque desafortunadamente no fueron permanentes. Sin embargo, en la política era una sociedad cerrada.
La fuerza dominante de entonces tenía la hegemonía, corporativizaba a las masas, descalificaba y a veces reprimía a los disidentes que no tenían espacios en el congreso y era dueña del gobierno.
Debido a la lucha ciudadana hubo cambios importantes en las últimas décadas. En los canales de acceso al poder, se creó una institución autónoma y ciudadana (IFE-INE) que, junto a los cambios legislativos correspondientes, garantizaran al menos cuatro cosas: el voto libre, elecciones más equitativas, que no fuera el gobierno el que organizara las elecciones ni contara los votos y la representación de las minorías.
Las instituciones electorales autónomas constituyeron la columna vertebral del edificio que llamamos transición democrática. Sobre estas bases se construyó la credibilidad en las elecciones y, con ello se fortaleció la vía pacífica para acceder al poder. Por ello, los grupos radicales abandonaron la lucha armada.
Hubo otros avances que no siempre fueron valorados. Se fortaleció la independencia del Poder Judicial y la vía meritocrática para ser jueces y magistrados a través de la carrera judicial; se crearon órganos autónomos que permitieron garantizar el ejercicio de derechos ciudadanos como el del acceso a la información pública y a protección de los datos personales.
El esfuerzo no fue perfecto, persistieron muchos vicios y formas de eludir los controles, pero la dirección del cambio fue la correcta. Todo era perfectible si se atacaban los casos específicos de corrupción o mal funcionamiento, pero no lo era revertir por completo la dirección del cambio para regresar a lo anterior.
Hoy, con Morena esos avances se han perdido. El poder se ha vuelto a concentrar en el Ejecutivo. En muchos sentidos hemos vuelto a la “dictadura perfecta” a la que se refirió Mario Vargas Llosa en la época del viejo PRI.
Está en marcha de nuevo un control corporativo de las masas. La CATEM de Pedro Haces ha sustituido a la CTM de Fidel Velázquez y junto con el SNTE y otras organizaciones fungen como instrumentos de Morena para conseguir votos. Las personas vuelven a ser masas manipulables a través de los programas asistenciales en lugar de ciudadanos libres con derechos.
Pero no todo lo malo está del lado de la nueva fuerza dominante. Los disminuidos partidos de oposición han quedado en manos de pequeñas burocracias que se reciclan en el congreso. Las causas ciudadanas han sido relegadas al discurso. Los líderes sociales están en las calles, pero no en el Congreso.
Se requiere una organización política distinta. Una que sea el instrumento de participación electoral de los liderazgos ciudadanos para que su voz se escuche en los congresos federal y estatales.
Una organización donde los dirigentes no sean los candidatos a los puestos de elección popular, sino solo los facilitadores para que sean los líderes defensores de causas ciudadanas los candidatos.
Todo eso sobre la base de una plataforma de principios y valores básicos en lugar de ideologías. Las ideologías dividen, los principios los unen.
Hay una nueva organización política que hoy se está construyendo desde la sociedad y se propone justamente lo anterior. Se llama Somos México y hoy está buscando su registro ante el INE. Vale la pena informarse sobre este esfuerzo, y si le gusta, sumarse a ella. Yo ya lo hice.

Sigue a Manuel Valenzuela Valenzuela