La ciencia nos acompaña en el día a día; desde que abrimos lo ojos por la mañana, hasta que los cerramos por la noche, a veces dejando la tele encendida; siempre estará ahí, pidiéndonos que la convirtamos en tecnología. Sin ella, no es posible inventar prácticamente nada. Por ejemplo, nos imaginamos ver la tele sin el control remoto; no a la mano, sino en la mano. Inimaginable, ¿verdad? 

Hacer ciencia es un invento, una necesidad del ser humano; una herramienta creada por él para entender mejor el mundo, para interpretarlo, para cuidarlo y ser mejores. No obstante, y como se dice coloquialmente, no todo ha sido siempre “color de rosa” como lo hemos visto y algunos vivido a través de la historia. Pero ello no es culpa de la ciencia, sino de sus creadores; de su moral, de su ética, de sus principios y virtudes. La ciencia, el conocimiento científico, deriva de la investigación; de una metodología, de un sistema ordenado que observa primero el fenómeno, trata de explicarlo sistematizándolo y concluye convirtiéndolo en nuevo conocimiento pero que a la vez genera nuevas interrogantes. Eso es lo fascinante de la ciencia, su continuo avance y su estado siempre inconcluso. Aunque está llena de sentido común, el hacer ciencia requiere formarnos para ello. No es una técnica, no es un arte; es un método. No todos pueden hacer ciencia y menos los gobernantes.

Consideremos algunos de los objetos con los que convivimos y de los cuales hacemos uso diario. Ya mencionamos la tele y su obligada dependencia del control remoto; ¿qué tal el refrigerador, el indispensable horno de microondas, el invaluable celular, el carro familiar, o la fragancia del mejor perfume? Todo ello tuvo su origen en una idea que se convirtió en un proyecto científico, en ciencia, en conocimiento, en utilidad. El futuro, el progreso y bienestar de los ciudadanos de todos los países, depende de la ciencia y su uso. Nuestro País en especial, necesita de mucha ciencia, de muchos nuevos científicos/as que además de generar nuevo conocimiento tengan conciencia social, consideración y compromiso por nuestro entorno.

En México y en Sonora necesitamos despertar la vocación científica de nuestros/as jóvenes porque en ellos, como lo diría Kant, radica la genialidad que con el paso de los años deberá tornarse en sabiduría. Se dice fácil y lo es. Ser científico es una actividad más, pero con sus reglas, sus formas y sus modos. Nada especial, solo el compromiso de ser buenos, como lo requieren todas las demás actividades y profesiones. Amar a la ciencia es amarnos más, amar más nuestro mundo; es amar más a Dios. La ciencia es compromiso y responsabilidad.  

Pero la ciencia sin la tecnología que de ella deriva es como un día sin luz; como un mar sin oleaje; como una rosa sin aroma; como un poema sin versos. La ciencia debe transformarse en uso, en acción, en impacto, en desarrollo tecnológico y progreso económico, en bienestar social. Tecnología es el núcleo atómico convertido en energía; el electrón, en electricidad; el rayo laser en control remoto; la corteza del árbol en papel; el compuesto químico en medicamento. 

Si el nuevo conocimiento deriva de la ciencia básica, la tecnología y el desarrollo tecnológico de la ciencia aplicada. La tecnología es la manifestación innovadora, práctica y exitosa de la ciencia. Por ejemplo, la aeronáutica, la agricultura, la ganadería y la acuicultura, son tecnologías que derivan de la física, de la química, de la bioquímica y de la genética que son disciplinas científicas. Entonces, tan importante es la una como la otra. Por ello es que nuestro País requiere tanto de científicos como de tecnólogos ingenieros que le den a la ciencia su componente de servicio, de bienestar social y de negocio. 

La ciencia solo tiene valor si se convierte, en algún momento, en tecnología, en progreso y bienestar. ¿En nuestro camino a casa o al trabajo cuantos ejemplos de ciencia convertidos en tecnología y bienestar podemos identificar? Repasemos y encontremos esa conexión: la tela y el color de nuestra ropa, los neumáticos del auto, las pantallas espectaculares distribuidas en la ciudad, los aparatos de sonido y las computadoras que usamos, los alimentos que compramos en la esquina, las medicinas de la farmacia. ¿Qué más? Sin duda, la lista es interminable. Practiquemos y nos emocionaremos con la ciencia y la tecnología, porque emoción es lo que necesitamos para perderle el miedo a las disciplinas científicas y a las ingenierías.

En el gabinete de la presidenta electa, incluyéndola a ella, campean los doctorados, espero que con sólida formación científica. Incluso aquí en Sonora tenemos un doctorado en palacio ¿pero? ¿Nos aporta algún beneficio? Me pregunto si con ello podremos tener en los próximos seis años una mayor consideración a la cienci, o seguiremos esperando a que alguien se decida.