Desde hace tiempo vengo recorriendo mi ciudad cada mañana, de lunes a viernes. Mi periplo lo realizo entre seis y ocho, cuando la ciudad despierta y se encamina a la escuela, al trabajo, al encuentro con los amigos o al desayuno en pareja. Camino sin rumbo prestablecido por calles, avenidas, bulevares y callejones, que conforman el mapa urbano. Cerca y lejos, por todos lados, con mí música y la cámara de mi celular lista para responder a la más mínima provocación.
Al ritmo de blues, jazz, rock, Handel, Schubert o Schumann, pero también de románticos boleros o de melancólicos tangos, capturo las imágenes que después comparto a través de las redes sociales (X e instagram), en mis series “Por las calles de Hermosillo” y “Muralina urbana”.
Agradable experiencia que me ha llevado a conocer nuevas personas y hacer nuevos amigos.
Voy conociendo a mi ciudad con detenimiento y sorpresa. Sus aciertos y desaciertos; sus opulencias y sus atrasos, su centro comercial (fascinante), sus universidades, sus parques, sus colonias populares y las otras que no lo son; su gente en la calle a la espera del camión urbano o tomando su café temprano en el mercado; al vendedor ambulante y al automovilista impaciente; a los agentes de policía y tránsito en sus flamantes patrullas eléctricas casi siempre con celular en mano.
Colmado de toda esta imagen urbana, me doy cuenta que Hermosillo es una hermosa ciudad, casi descrita por su nombre mismo.
Sin embargo, nuestra ciudad se resiste a ser la gran ciudad que todos queremos, tardándonos en llegar por alguna razón. Entre ellas, la falta de continuidad de los gobiernos en turno y el desinterés de sus habitantes.
Me encuentro entonces con plazas y parques sucios o en pleno abandono, limpieza escaza, banquetas inexistentes o tan irregulares que son más bien un peligro caminar por ellas, rutas viales saturadas con semaforización carente de sincronía y sin carriles pintados, desperdicio de agua por fugas excesivas, vendedores ambulantes apoderados de banquetas y calles, automovilistas a exceso de velocidad, carencia de estacionamientos públicos, reparación de calles y avenidas sin aviso previo al usuario y ausencia de botes de basura en la vía pública, por mencionar solo alguna de ellas.
Contrastando con lo anterior, me encuentro con lujosas tiendas y restaurantes, grandes hospitales y clínicas privadas, inmensos centros comerciales y otros en construcción, opulencia en residencias y automóviles; todo eso y más, como en las grandes ciudades a nivel mundial.
Hermosillo, nombrada en algún momento “capital del noroeste”, fue desplazada por otras ciudades capitales de la región norte-noroeste del País como Chihuahua, Culiacán y Mexicali. Ciertamente hemos observado algunos cambios en los últimos años de gobiernos municipales, sin ser suficientes. ¿Por qué nos quedamos atrás? La mejora de vialidades con vías rápidas y pasos a desnivel para aliviar el trauma diario de los congestionamientos vehiculares a todas horas, debiera ser un plan de desarrollo inminente.
Pero no todo es culpa de los gobiernos. La falta de una cultura cívica y educación vial es evidente en muchos de nosotros los “usuarios urbanos”.
Pronto iniciará un nuevo trienio en nuestro gobierno municipal. Esperemos se aproveche la inercia de sus primeros tres años. Enhorabuena.
(rpacheco@ciad.mx / @rpacheco54)
