Ocio postpandémico: ¿Comodidad o soledad?
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Revista CorreoFecha de publicación

Durante la pandemia por Covid-19, el mundo se apagó en las calles y se encendió en las pantallas. Lo que comenzó como una medida temporal para contener el virus, derivó en un profundo cambio de hábitos que aún perdura, las noches dejaron de vivirse afuera y pasaron a desarrollarse frente a una pantalla, dentro de casa.
El informe The Rhythms of the Night (2021) reveló que, durante los confinamientos, el uso de aplicaciones y sitios web entre las 8 p. m. y la 1 a. m. se disparó. Las videollamadas sustituyeron a los cafés, los streams a las conversaciones, y los chats en línea al bullicio de los bares.
Esta comodidad tuvo un precio según un estudio de Harvard, Loneliness in America, el cual advirtió en 2021 que la ausencia de contacto físico afectó especialmente a jóvenes y adultos mayores, quienes reportaron sentirse más solos y con menor bienestar emocional. Y aunque la emergencia sanitaria ha quedado atrás, el hábito de buscar entretenimiento digital nocturno continúa, especialmente entre personas de 25 a 44 años.
La comodidad del hogar y la facilidad del acceso digital hacen del ocio en casa una opción atractiva, pero no necesariamente satisfactoria. Si bien las interacciones en línea entretienen, no alcanzan el mismo impacto emocional que los encuentros presenciales.
Así, se dibuja un dilema moderno: ¿cómo balancear la seguridad y conveniencia del hogar con la necesidad de conexión humana auténtica?
Soledad con WiFi
El fenómeno de la fatiga de Zoom ilustra bien esta paradoja. Las videollamadas frecuentes durante la pandemia resultaron emocionalmente agotadoras, en parte porque reducen la riqueza de la comunicación no verbal. Según Frontiers in Communication (2022), el apoyo emocional presencial generó mayores beneficios psicológicos que el digital.
Esta sensación de compañía incompleta se ha descrito como una soledad disfrazada de conexión. Se está acompañado, sí, pero sin una verdadera presencia emocional.
Un hogar con exceso de funciones
La casa dejó de ser un simple refugio y se transformó en oficina, gimnasio, escuela y centro de ocio, todo en un mismo espacio.
Esta hiperfuncionalidad del hogar ha generado una difuminación de los límites personales, provocando cansancio mental, dificultades para desconectarse y una sensación creciente de monotonía.
La extinción de los “terceros espacios”
El sociólogo Ray Oldenburg llamó “terceros espacios” a esos lugares comunitarios informales, tales como cafés, plazas, bares, que fomentan el encuentro espontáneo. Hoy, muchos de esos espacios han desaparecido o se han vuelto inaccesibles para buena parte de la población.
En ciudades grandes, la vida nocturna presencial no ha regresado con la misma fuerza que antes. La experiencia urbana se ha vuelto más predecible, más programada, menos vivida.
¿Y ahora qué?
Recuperar el equilibrio pasa por reconocer que la comodidad no puede sustituir el contacto humano. Propuestas como las mesas para conversar con desconocidos en cafeterías han demostrado que pequeños gestos pueden marcar grandes diferencias.
Se invita a cultivar espacios sociales que no estén ligados ni al trabajo ni al entretenimiento tradicional. Desde una caminata nocturna con amigos hasta visitar una galería abierta en la noche, cualquier actividad que conecte con otros desde la autenticidad puede romper el aislamiento sin renunciar al confort.
El desafío de nuestra generación
El ocio nocturno digital ha llegado para quedarse, y empresas buscan capitalizar esta tendencia. Sin embargo, la apuesta de fondo no es solo comercial, sino emocional: se trata de encontrar formas de vivir las noches con plenitud, más allá de la pantalla.
La era postpandémica nos obliga a replantear nuestros vínculos y a decidir de forma consciente cómo queremos pasar nuestras noches.
El verdadero reto está en construir un ocio híbrido, uno que abrace la flexibilidad del mundo digital, pero que no olvide el poder insustituible de un encuentro real.